PENTECOSTÉS

PENTECOSTÉS

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.
De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. «

Hch. 2,1-4

Pentecostés es el envío del Espíritu Santo de parte del Padre, cincuenta días después de la Pascua. Los apóstoles, que habían abandonado a Jesús en la hora de la pasión y seguían llenos de miedo a pesar de las apariciones de Jesús resucitado, reciben un nuevo espíritu que los transforma en testigos.

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El icono muestra a los doce apóstoles, signo de las doce tribus de Israel, recibiendo el Espíritu en forma de lenguas de fuego. En la tradición occidental iconográfica , la Virgen aparece en el centro de los apóstoles. Su presencia recuerda las palabras de los Hechos: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres y de María la madre de Jesús” (Hch. 1,14). No era posible que aquella que había recibido el Espíritu Santo en el momento de la concepción, no estuviese presente cuando el Espíritu Santo bajó sobre los apóstoles.

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A la derecha de la Virgen está San Pedro y a la izquierda San Pablo que, por la magnitud e importancia de su obra de evangelización, se incluye siempre entre los apóstoles. Cada apóstol tiene en su mano un rollo, símbolo de la predicación de la Buena Noticia. Los apóstoles están en el mismo plano y son del mismo tamaño, signo de la armonía de la unidad, don del Espíritu Santo.

 

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Cada apóstol recibe “personalmente” una lengua de fuego. El Espíritu Santo se da en modo único y personal a cada uno. Es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, comunión entre los hombres. El Espíritu Santo hace aparecer sobre la tierra la revelación de la comunión eclesial de las tres personas divinas. El milagro de las lenguas, en el primer discurso de San Pedro lo atestigua. Las lenguas, que en un tiempo habían sido confundidas, como recuerda el episodio de la torre de Babel, ahora se une en el conocimiento misterioso de la Trinidad. La comunión alcanza tal intensidad que no se trata ya de un conocimiento a través de la lengua, sino de un hablar del espíritu.

 

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El personaje vestido de rey, en la parte inferior del icono, es el cosmos. Está rodeado de un arco negro, signo de que el universo está prisionero del príncipe de este mundo y de la muerte. El cosmos tiene en sus manos un paño con doce rollos, símbolo de la predicación de los doce apóstoles y de la Iglesia. Así en el icono hay dos niveles: arriba, está ya la “nueva creación”, realizada por el Espíritu Santo y a la cual aspira la humanidad; abajo el Espíritu Santo entra en acción con la evangelización para liberar y transformar el cosmos prisionero de la muerte.

 

Catequesis del Icono

Pentecostés es el envío del Espíritu Santo de parte del Padre. El nombre de la fiesta recuerda el acontecimiento sucedido según el relato de los Hechos de los Apóstoles, cincuenta días después de la Pascua. Cristo, una vez cumplida su misión regresa al Padre para que el Espíritu Santo descienda en persona sobre nosotros. Dice San Simeón: «Esta era la finalidad y el destino de toda la obra de nuestra salvación realizada por Cristo: que los creyentes recibieran el Espíritu Santo»Se trata, pues, de un icono trinitario. En Pentecostés la Santísima Trinidad viene a habitar en el hombre: «Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en Mí y Yo en vosotros» (Jn 14, 20).

Pentecostés transforma al hombre de pecador en santo. Es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, comunión entre los hombres. El Espíritu Santo hace aparecer sobre la tierra la revelación de la comunión celestial de las tres personas divinas. El milagro de las lenguasen el primer discurso de San Pedro lo atestigua. Las lenguas, que en un tiempo habían sido confundidas, como recuerda el episodio de la torre de Babel, ahora se unen en el conocimiento misterioso de la Trinidad. La comunión alcanza tal intensidad que no se trata ya de un conocimiento a través de la lengua, sino de un hablar de espíritu a espíritu.

Los apóstoles sentados forman un arco. Todos están en el mismo plano y son del mismo tamaño, es la armonía de la unidad, don del Espíritu Santo. El icono subraya el relato de los Hechos: «Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos» (Hch 2, 3). Cada apóstol recibe “personalmente” una lengua de fuego. El Espíritu Santo se da en modo único y personal a cada uno. Él es el que diversifica y hace a cada uno “carismático”, sin por ello crear un relativismo caótico. La unidad en la diversidad es sólo posible cuando el Espíritu Santo actúa.

El icono muestra el colegio de los doce apóstoles, signo de las doce tribus de Israel. A la derecha de la Virgen está San Pedro y a la izquierda San Pablo. Éste, como sabemos, no pertenece al colegio de los doce, pero por la magnitud e importancia de su obra de evangelización, es incluido por la tradición iconográfica entre los apóstoles. Cada apóstol tiene en su mano un rollo, símbolo de la predicación de la Buena Noticia.

El personaje vestido de rey, en la parte inferior del icono, no ha tenido en la tradición iconográfica un significado unívoco. Parece haber tomado forma a partir del siglo X, anteriormente se representaba una muchedumbre de gentes, que son los pueblos de distintas lenguas y nacionalidades. Su Nomina Sacra se traduce: Cosmos (el Mundo). El Viejo Rey es una imagen simbólica que evoca el conjunto de pueblos y naciones. Está rodeado de un arco negro, signo de que el universo está prisionero del príncipe de este mundo y de la muerte. El cosmos tiene en sus manos un paño con doce rollos, símbolo de la predicación de los doce apóstoles y de la Iglesia.

El lugar oscuro donde se encuentra el Rey es llamado Bema. En la tradición arquitectónica de las iglesias sirias y caldeas, encontramos un elemento del que hoy solo queda un vestigio: el ambón o bema en el centro de la Iglesia. Se trata de una tribuna con forma de herradura colocada en el centro de la iglesia frente al ábside donde está el altar. Aquí se desarrolla la liturgia de la Palabra. Es el anuncio de Pedro en medio de Jerusalén, el testimonio de que la Palabra se hizo Carne, la constatación de los testigos de que Cristo ha resucitado y se han cumplido las Escrituras. Durante el anuncio al mundo desde esta Jerusalén, simbólica-arquitectónica, los celebrantes tomaban asiento. El rey (después el sacerdote o diácono), en el centro del hemiciclo, que es el mundo, proclamaba la Palabra, puesto que él detenta el mandato celeste sobre la tierra.

Pero también el rey tenía su modelo; no podía proclamar las lecturas de cualquier forma. Al rey se le representa como al rey David, con la necesidad de reconocer que estamos necesitados de la misericordia. Además resuena en la conciencia del creyente el deseo de muchos de haber conocido aquellos tiempos: “Muchos profetas y justos han deseado ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y escuchar lo que vosotros escucháis, y no lo escucharon”.
En algunos casos, el rey es identificado con el profeta Joel. Para explicar esto volvemos a la liturgia. En efecto, en la gran víspera de Pentecostés, la segunda lectura del Antiguo Testamento recoge al profeta Joel cuando nos dice: «Yo infundiré mi espíritu sobre vuestra persona, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones». Profecía ésta que fue expresamente mencionada por Pedro para justificar el comportamiento de los Apóstoles frente a los “hombres de Judea” y a todos aquellos que se encontraban en Jerusalén.

En el icono hay dos niveles: arriba, está ya la “nueva creación”, realizada por el Espíritu Santo y a la cual aspira la humanidad: abajo, el Espíritu Santo entra en acción con la evangelización para liberar y transformar el cosmos prisionero de la muerte. En la tradición occidental iconográfica, la Virgen aparece en el centro de los apóstoles. Su presencia recuerda las palabras de los Hechos: «Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres y de María la madre de Jesús» (Hch 1, 14). No era, de hecho, posible que Aquella que había recibido el Espíritu Santo en el momento de la concepción, no estuviese presente cuando el Espíritu Santo bajó sobre los apóstoles. El icono de Pentecostés muestra también de esta manera el misterio del nacimiento espiritual del hombre.

En la parte superior del icono están pintadas lateralmente dos casas, con torres simétricas y similares. Se quiere dar a entender que la escena se desarrolla en el “piso alto” del Cenáculo, donde tuvo lugar la Última Cena; de modo que la escena del Don de las lenguas de fuego es don del Sacramento de la Unidad (la Iglesia nace de la Eucaristía), que es Sacramento de la Caridad (la Caridad de Cristo se hace Carne y nosotros cristianos vamos del Sacramento del Cuerpo al Sacramento del Hermano). Este lugar se convirtió después de la Resurrección, en el lugar de reunión de los Apóstoles. ¿Dónde se debe reunir hoy la Iglesia? En la unidad, en la caridad concreta, en el servicio…, y, sobre todo, en la Eucaristía, única fuente de estos Dones.
Pentecostés no es la encarnación del Espíritu, sino la efusión de los dones, que comunican la gracia a los hombres, a cada miembro del Cuerpo de Cristo.

Oremos
Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones; derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar ahora en nuestro corazón aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación apostólica.

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