Cristo aparece a los apóstoles en el esplendor de su gloria, simbolizada por el candor de sus vestidos, para que no se escandalicen de su pasión ya cercana y comprendan que ésta es voluntaria.
El Icono representa el momento en que Dios hace escuchar su voz desde la nube.
Jesús muestra en sí la naturaleza humana revestida de la belleza original.
Elías y Moisés, con las tablas de la Ley en las manos, respectivamente a la derecha y a la izquierda de Cristo, son los profetas que anuncian la venida del Mesías y ya la han visto de antemano. Cristo en centro de los círculos concéntricos que representan las esferas del universo creado, habla con ellos de su pasión gloriosa.
La voz del Padre revela la verdad divina y turba a los apóstoles todavía completamente humanos.
Hay un contraste entre la paz que circunda a Cristo, Moisés y Elías y el movimiento de los apóstoles en la parte inferior , que caen de la escarpada cima del monte. Pedro, a la derecha, está arrodillado; Juan, al centro, cae dándole la espalda a la luz; Santiago, a la izquierda, huye y cae hacia atrás.
Pedro maravillado por la visión, quería “establecer las tiendas” e instalarse en el reino, antes que la historia de la economía de la salvación llegase a cumplimiento. Pedro no recibe respuesta porque sólo a través de la cruz viene la Resurrección
Los apóstoles Pedro, Juan y Santiago son los elegidos durante su vida, como testigos oculares de la Gloria del Señor, y Pedro da testimonio en su segunda epístola (1, 16) “…testigos oculares de su magnificencia” y más adelante dice: “… nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del Cielo, estando con Él en el Monte Santo”
Y Mateo 17,1-8 sigue narrando: “… que fue transfigurado ante ellos, su rostro resplandecía como el sol y sus ropas se hicieron brillantes como la Luz. Moisés y Elías lo rodean, una Nube luminosa los toma bajo su sombra. Este es mi Hijo, mi amado, en Él me regocijo, escuchadlo”.
San Gregorio Nacianceno (+390) y San Juan Damasceno (+749) en homilías sobre la Transfiguración expresan la tradición unánime:“…la Luz revelada a los apóstoles era manifestación del esplendor divino, Gloria intemporal e increada”.
El hombre entra en la comunión real con las energías divinas, y tal como en el Misterio Eucarístico, con una parcela recibe a Dios entero. La comunión no es ni substancial, ni hipostática, sino energética, y en sus energías Dios se hace totalmente presente.
De hecho la Transfiguración es la de los apóstoles que “ durante un momento” pasaron de la “ carne al espíritu” y recibieron la Gracia de contemplar la Gloria del Señor escondida bajo su kenosis y develada bruscamente ante sus ojos desengañados y abiertos.
Esta Luz es la energía en la que Dios se da por entero y su visión constituye el “cara a cara”, el Misterio del Octavo Día y el estado de Deificación.
El icono nos hace ver al Cristo que se apareció a los apóstoles en “forma de Dios”; como una de las Personas de la Trinidad y esta aparición constituye una Teofanía Trinitaria, con la voz del Padre y el Espíritu Santo en la nube luminosa.
El Cristo habla con Moisés y Elías de su futura pasión, el Padre testifica la divina filiación del Cristo para que los apóstoles comprendan que la pasión era voluntaria y que se den cuenta de que el Señor es en Verdad el esplendor del Padre.
El icono nos muestra a los discípulos que caen desde la cima escarpada, alterados, espantados por la visión fulgurante. Pedro de rodillas y levantando la mano para protegerse de la Luz, Juan que cae dando la espalda a la Luz y Santiago que cae hacia atrás
El contraste buscado es asombroso, opone al Cristo inmovilizado en la paz trascendente que emana de Él, baña las figuras inclinadas de Moisés y Elías en la forma de un círculo perfecto, símbolo de la Eternidad. Y abajo el dinamismo de los apóstoles, que se mueven, totalmente humanos todavía ante la revelación que los sobrecoge y los transforma.
Esta oposición subraya, admirablemente el carácter increado de la Luz de la Transfiguración.
Maravillado por la visión, Pedro quería “plantar tres tiendas”, instalarse en el Reino, antes del fin de la historia. Gregorio Palamas (+1359) dice:
“… que es una tentación evidente y agrega que el mundo entero está destinado al Reino, pero debe transfigurarse, convirtiéndose en Tierra Nueva. El hombre en cierto sentido es superior al ángel porque es “ espíritu encarnado” porque vive en continuidad estrecha con el “Cosmos”, contiene toda la Creación y condiciona su estado.”
Y San Pablo dice: “ La creación entera gime y espera ser liberada, salvada en el hombre cristificado, dueño y señor del universo” (Rm 8,22).
Pedro como no entiende, quiere confusamente retener el instante glorioso y conservar su aspecto excepcional. Entonces habla de levantar tiendas: para encerrar y guardar y esto puede engendrar la muerte, el Cristo no le replicó nada, la respuesta viene de la Nube, entonces Pedro se sorprende, está sobrecogido en su gesto apurado e irrisorio.
En cambio Santiago trata de comprender lo que ve y oye, acoge el suceso, está disponible.
San Juan es el que parece manifestar la mayor comprensión del Misterio. Generalmente está prosternado, la cara contra el suelo, sumergido en una visión interior. Juan sabe que la Luz es esencial para la visión de un paisaje. En su Evangelio repite es “La Verdadera Luz” que viene a hacerse ver en nuestro mundo de tinieblas, tenebroso a causa de la muerte y que nos hace ver los paisajes del mundo nuevo que está naciendo. La Luz del Verbo da significación y color a todas las cosas.
Podemos observar tres tríadas:
1) Moisés,Elías y Jesús con su cuerpo humano.
2) Jesús el Hijo amado, el Padre Eterno y la nube luminosa (Espíritu Santo).- La Santa Trinidad.
3) Pedro, Juan y Santiago.
Jesús está presente: a los discípulos por su cuerpo, a los profetas por su espíritu, y a Dios por su Ser, y aparece como el eje y el centro de los tres planos e inicia una circulación entre las tres tríadas.
El Cristo está en el centro de un diagrama llamado “Mandorla” formada por círculos concéntricos, que significan la totalidad de las esferas del universo creado. Según la tradición, las tres esferas contienen todos los misterios de la creación divina.
Un pentágono inscrito a menudo en el círculo de la mandorla, representa la “Nube Luminosa” signo del Espíritu Santo y Fuente trascendente de las Energías Divinas.
Moisés, quien durante 40 días y 40 noches permaneció en el Monte llevado por la nube (Ex 24,18) y tuvo la visión de la zarza ardiente y la revelación del Nombre Divino, está de pie llevando las Tablas de la Ley escritas por el dedo de Dios (Ex 31,18). En el icono aparece generalmente imberbe, vestido con un manto azul-violeta, recuerdo del vestido sacerdotal que le fue revelado. (Ex 28,31)
Esta túnica teñida de purpura-azul, representa la vida celestial, el desapego de las cosas de la tierra. Es una túnica aérea, se extiende desde la cabeza a los pies, es decir que la Ley no quiere una virtud truncada, es el vestido de la transformación espiritual que lleva aquél a quien Dios nombre “Su Amigo”. La cima en la que Moisés está parado es un recuerdo de su elevación sobre el Monte Sinaí.
Elías llego al mismo Monte, después de una marcha y un ayuno de 40 días y 40 noches. Allí encontró a Dios en la voz de un silencio tenue (1Reyes 19,8-18). El hombre colérico, el hombre resuelto a quien Dios doblegó y a quien infundió el don de la misericordia, el poder sobre los elementos, el poder de resucitar al hijo de la viuda; es con Moisés y Juan Bautista, uno de los grandes testigos de Dios. Es también el modelo de la vida ascética y de la oración eficaz.
El Himno VII del Diácono Romano el Meloda (siglo VI) dice:
“Elías fue llevado por un carro de fuego,
el Cristo fue elevado entre las nubes y las potencias.
Elías envió desde el Cielo su piel de cordero a Eliseo,
el Cristo envió a sus apóstoles el Espíritu Santo,
el Defensor, el Paráclito que nosotros los bautizados hemos recibido todos,
por el cuál somos santificados.”
El Cristo rodeado por los tres apóstoles, testigos de la humanidad viviente, por Moisés testigo de la morada de los muertos, los infiernos; y Elías, testigo de los Cielos donde subió, el Cristo brilla con una Luz que nada debe a la luz cósmica. El manifiesta la “LUZ INCREADA”.
La mandorla donde está el Cristo, con el correr del tiempo fue más elaborada, en algunas salen siete rayos (Dones del Espíritu Santo), u ocho (mundo transfigurado), también suele aparecer dos cuadrados formando una estrella de ocho puntas.
La “Luz Increada” reviste al Cristo, a los Santos, es la Verdadera Luz, que ya iluminaba el Paraíso. En esa Luz, no habitual para nuestros ojos, que hizo caer a los apóstoles, pero en la que están cómodos Moisés y Elías.
“La Luz del Siglo Venidero” que apareció anticipadamente en el Sinaí y se manifestó plenamente en el Monte Tabor, es el objeto de la búsqueda de los cristianos. Se puede decir que el icono de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo es el de la condescendencia y de la misericordia divinas: el Cristo durante su vida terrestre veló su esplendor para que nosotros pudiéramos soportar verlo.
El rollo que sostiene en su mano izquierda es el de las Escrituras que Él está cumpliendo. Él sostendrá el libro de la Vida cuando todo esté terminado. Con su mano derecha nos bendice.
La representación de la Transfiguración es un icono del pasado, del presente y del porvenir de la humanidad y de cada hombre. Ofrece a nuestra mirada una realidad, una afirmación. Lo que fue anunciado en el Antiguo Testamento, el Cristo lo muestra, como anticipación cierta de lo que será y de aquella en la que podremos participar.
El icono es más que un arte, hay que seguir ese llamado litúrgico que dice: “…que toda carne guarde silencio”, y, entonces en ese recogimiento silencioso, se abren nuestros ojos, el icono se anima, se hace sensible y aparece su mensaje secreto.
Como la Luz de la Transfiguración apareció a los tres apóstoles elegidos por el Señor, como un relámpago, la imagen del mundo venidero nos alcanzará como verdadera fiesta de la Belleza.