El Señor con su descenso a los infiernos, ha aniquilado al adversario y con su Ascensión ha exaltado al hombre.
El icono anuncia la victoria sobre la muerte, sobre le infierno y la finalidad de la salvación: nuestra humanidad es introducida definitivamente en la existencia celestial a través de la humanidad de Cristo. Jesús, cumplida su misión, regresa al Padre para que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros.
Cristo, en un círculo de esferas cósmicas, desde donde irradia su gloria, extiende su derecha como gesto de bendición y envío. A la izquierda, Cristo tiene el rollo de las Escrituras que contienen el anuncio de la Buena Noticia. La obra de la salvación está realizada. Ahora debe se acogida libremente por cada hombre. Es el envío a evangelizar: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizandolas…… y he aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fín del mundo” . La alegría de los apóstoles explota, a pesar de la despedida de Cristo, porque la promesa permanece.
Los apóstoles divididos en dos grupos iguales, forman un círculo y muestran a la Iglesia inscrita en el signo sagrado de la eternidad y del amor entre el Padre y el Hijo. En el grupo de los apóstoles, a la derecha de la Virgen está San Pedro, a la izquierda San Pablo, que no fue testigo de la Ascensión, pero que la tradición coloca siempre en el núcleo apostólico.
La Virgen, imagen de la Iglesia, está representada entre dos ángeles por debajo de Cristo que es su cabeza. El extremo de los brazos alzados de los ángeles y los pies de la Virgen forman los tres puntos de un triángulo, símbolo de la Santísima Trinidad, de la cual la Iglesia es la impronta.
El Icono, invirtiendo la dirección del movimiento de Cristo, representa el regreso del Señor: la Parusía. Es lo que anuncian los dos ángeles en medio de los apóstoles: “Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal y como le habéis visto subir al cielo” (Hch. 1,11)