Suministrada en el Vaticano la vacuna anti covid-19 a un primer grupo de personas sin hogar
20 de Enero 2021
Pobreza y salud son dimensiones que se igualan difícilmente. Los pobres tienen menos tutelas, casi nunca hacen prevención, se enferman más fácilmente y, cuando sucede, para ellos es más complicado acceder a curas adecuadas. Esto es aún más cierto cuando se habla de los pobres que viven en la calle, los cuales, además del frío, en este tiempo tienen que protegerse también del Covid-19. Algo difícil si no se pueden lavar, no se tiene higienizante o mascarillas.
Para las personas sin hogar que orbitan alrededor de San Pedro, el Papa Franciso ya ha puesto a disposición baños, duchas, un ambulatorio. Y ahora, precisamente para ayudarles a afrontar la pandemia, les da también la posibilidad de vacunarse. Así, el miércoles por la mañana en el atrio del Aula Pablo VI – mientras sigue el plan de vacunación del Estado de la Ciudad del Vaticano – unas 25 personas sin hogar que se alojan de forma estable en las estructuras de asistencia y residencia de la Limosnería apostólica han recibido la primera dosis. Otros les seguirán en los próximos días.
Nadie excluido. Es este el principio que alienta desde siempre el compromiso de la Iglesia y que todavía hoy sigue dirigiendo cualquier intervención. Pero esto debería ser también el principio en la base de toda iniciativa pública, que no debería olvidar a quien es pobre, o está en los márgenes de la sociedad. Es más, una política atenta al bien común y a la tutela de la salud debería cuidar prioritariamente de quien es más frágil y está en dificultad.
La pandemia está tocando los nervios descubiertos de nuestras sociedades, y arriesgando amplificar las desigualdades en vez de contribuir a reducirlas, como se desearía visto que estamos todos en la misma barca y que es impensable salvarse solos. Todos somos pobres delante del vitus. Pero cuando se corre el riesgo de hundirse siempre hay alguien que ya ha decidido quién terminará en el mar sin bote o salvavidas.
Los criterios para la distribución de las vacunas están proponiendo esquemas que se esperaban superados. Particularismo, valoraciones puramente económicas, PIB nacionales están marcando la línea. A la globalización de la enfermedad no le está correspondiendo una globalización del cuidado. Lo confirman las palabras alarmantes del director general de la Organización mundial de la salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, según el cual en la distribución de las vacunas se ha adoptado «un enfoque que pone en riesgo a los más pobres y los más vulnerables del mundo» y que «es también contraproducente». «El mundo — añadió— está al borde de un catastrófico fracaso moral». Palabras inequívocas, que deberían resonar como una advertencia a las conciencias de quienes toman las decisiones, recordándoles sus responsabilidades para con todos: los pobres de sus países, los pobres del mundo. Nadie excluido.
de Gaetano Vallini
de L’osservatore Romano