3 marzo, Día del Seminario en la diócesis de Valencia

Este domingo 3 de marzo se celebra en la diócesis de Valencia el Día del Seminario, una jornada para rezar por los seminaristas valencianos. Jóvenes que se forman para ser sacerdotes y así acercar a Jesucristo a los hombres. ¿Qué formación reciben para llevar a cabo esta misión?

C. ALBIACH.- El equipo de formadores del Seminario Mayor nos responden a algunas preguntas sobre la formación que reciben. Una formación, explican, que tiene cuatro dimensiones fundamentales: humana, espiritual, intelectual y pastoral.

¿Cómo es el día a día de un seminarista?

Un día ordinario en la vida de un seminarista se estructura de modo que posibilite la formación en las principales dimensiones en las que debe crecer. Estas dimensiones son tres fundamentalmente: humana, espiritual e intelectual. A la que suma, a partir de tercero, la dimensión pastoral.

El de un día normal sería el siguiente: 7:10 h, rezo de Laudes; 7:30, desayuno; 8:00, desplazamiento a la Facultad de Teología y clases; 14:00, comida y después café con los compañeros y descanso; 15:30, tiempo para el estudio, deporte, limpieza, lectura, formación musical…; 19:30, oración personal; 20:00, Eucaristía con el rezo de Vísperas, 21:00, cena y tiempo de libre disposición, aunque también puede haber actividades comunitarias (cinefórum, vigilia,…); 23 h, descanso.

¿Qué tipo de formación recibe? ¿Se hace una formación desde diferentes puntos de vista (espiritual, humana, afectiva, experiencia pastoral…)?

La formación tiene cuatro notas. Es única, integral, comunitaria y misionera. Se busca que la formación sea integral, entendiendo que la formación de los futuros sacerdotes ha de cuidar cada una de las dimensiones fundamentales de todo cristiano.

La primera formación es la humana, que se trabaja con la convivencia cotidiana, los distintos servicios y cargos que se desempeñan, las entrevistas frecuentes con los formadores, las charlas de formación específica,… y que engloban todo aquello que tiene que ver con la recta intención y la transparencia, con la madurez afectiva, la sexualidad, el orden y limpieza, el trato humano y la educación, la capacidad de relacionarse con los demás, trabajar en grupo y entre distintas generaciones y sexos, la disciplina, costumbres sencillas, deporte, relaciones de amistad sanas, gestión de la soledad, y competencias emocionales, posibles adicciones, costumbres desordenadas o malos hábitos, virtudes humanas, aceptación de uno mismo. En definitiva, formar personas libres para que la voluntad tienda a lo bueno en la experiencia de la vida diaria, llevada adelante de manera sobria, austera y revisada en un plan de vida concreto, evaluable y revisable.

La formación intelectual corresponde principalmente a la formación académica que se imparte en la Facultad de Teología, aunque no se reduce a ella. Se invita también a los seminaristas a que descubran y cultiven otros ámbitos, que no necesariamente están directamente relacionados con la teología, para que profundicen y se formen, tanto de ciencias como de humanidades.

La formación espiritual busca ayudar al seminarista en la formación de la conciencia, en el discernimiento, a profundizar en la relación y amistad con Dios, a través de la oración personal, la eucaristía diaria, el rezo de la liturgia de las horas en comunidad, la lectio divina,… así como el acompañamiento personalizado que hace el director espiritual a cada uno. Una vez al mes, se realiza un retiro de un día completo, y anualmente se hacen ejercicios espirituales de una semana.

Finalmente la formación pastoral intenta que el seminarista adquiera un corazón de pastor, que centre su vida y formación en la caridad pastoral. Para ello se le envía a una parroquia a partir del tercer curso donde poder tener experiencias pastorales, acompañado por el párroco.

¿Cómo se lleva a cabo el seguimiento del seminarista? ¿Qué personas lo llevan a cabo?

El seguimiento de los seminaristas se lleva a cabo principalmente a través de la convivencia cotidiana en el seminario. En el día a día se ponen de manifiesto los progresos realizados, así como las carencias y dificultades detectadas, en el proceso de cada seminarista.

Los formadores realizamos entrevistas personales con cada uno de los seminaristas de manera periódica, además del acompañamiento espiritual que reciben. Ambos espacios, las entrevistas con el formador y la convivencia, constituyen el ámbito propicio para que el seminarista pueda mostrarse tal cual es y se le pueda acompañar en su proceso de crecimiento personal y discernimiento vocacional.

Como los formadores somos los que más tiempo pasamos con ellos, somos los que principalmente llevamos a cabo el seguimiento, pero no somos los únicos. Sus profesores en la Facultad, sus párrocos de origen y pastoral, sus familias, las comunidades religiosas que forman parte de la comunidad del Seminario… Son muchas las personas con las que los seminaristas se relacionan a lo largo de su formación. Todos ellos, cada uno desde su lugar y con el enfoque que le corresponde, va realizando un seguimiento al seminarista.

¿Cómo es el discernimiento para saber si hay vocación?

El discernimiento se realiza por el acompañamiento cercano del seminarista. En la observación, por parte de los formadores, de las actitudes que manifiesta en la vida ordinaria. En la confianza y la docilidad que el seminarista manifiesta en la Iglesia, en la dirección espiritual así como su apertura a la formación y transparencia en el acompañamiento. También en los diálogos en los que se intenta ir contrastando y confirmando la vocación. Algunos signos de vocación serían: la existencia de un verdadero encuentro personal con Jesucristo, que el seminarista manifieste deseos de santidad, y que sean hombres de fe viva.

Hay otro criterio muy importante que es la alegría. Un seminarista que vive con intensidad y responsabilidad su vocación es un seminarista alegre, porque está realizando la voluntad de Dios, es decir, se mantiene, crece y persevera en el ámbito de la Gracia y ello le lleva a encontrar gozo en la entrega de su propia vida y en el servicio a los hermanos.

En definitiva, las cosas de Dios salen de Dios, se manifiestan en los hechos concretos de la historia personal, y son confirmados por hechos externos, eclesiales y objetivos.

¿Qué problemas hay hoy en día para una madurez afectiva y humana?

Los seminaristas son jóvenes de su tiempo. Hoy los jóvenes crecen en muchas ocasiones sin referentes claros en su educación, en el trato humano, en su afectividad, algunos provienen de situaciones familiares complejas. Esto no les ayuda a crecer y madurar equilibradamente. Igualmente el uso dependiente de los móviles y de las redes sociales supone una cierta dispersión que dificulta el estar centrados en la formación.

Lo esencial, del periodo formativo, será generar la confianza y la necesaria transparencia para poder vivir en la verdad, pues han recibido un don que es la vocación. Se ha de trabajar con la historia de su propia vida ayudando y detectando pautas de comportamiento que denotan actitudes adquiridas que esclavizan la voluntad y el deseo de la persona.

¿Qué sacerdote se quiere formar?

Un sacerdote acompañado y acompañante que sea reflejo de Jesucristo buen pastor en medio de nuestra Iglesia y nuestra sociedad. Que sea cercano a todos, pero especialmente a los más necesitados y aquellos que más sufren. Que sienta con urgencia la necesidad de la evangelización y del apostolado, con especial atención a los jóvenes. Que sea capaz de ayudar y hacer el bien. Que viva su vocación como un servicio y no como el simple ejercicio de una autoridad. Que vaya en busca de la oveja perdida y también de las ovejas que no están en su redil, que es el redil de la Iglesia.

HABLAN LOS SEMINARISTAS

Borja Gómez: «La vida del Seminario es una relación constante con todas las dimensiones que tiene el sacerdocio, tanto comunitaria, como la espiritual y la formativa. Al final el estar bien en todos los aspectos se fundamenta mucho en lo que es la base de la vocación al sacerdocio: tener una buena relación con Cristo. Hay momentos difíciles, pero es bueno pasarlos ahora porque aprendes a resolverlos y a mirar con perspectiva a los sacerdotes».

Leandro Zamora: «Lo que más destaco del Seminario es el acompañamiento que nos ofrece, es un regalo sentirse acompañado y no caminar solo ante las inseguridades que puede generar esta forma de vida”.

Miguel Buigues: «Un formador nos decía que el Seminario es el lugar por el que Cristo pasea por los pasillos. Yo creo que el Seminario es un lugar precioso para crecer en la fe, para ser mejores cristianos y para acercarnos más a este Dios de Jesucristo que no deja de sorprendernos”.
SEMINARIO MENOR: SEMILLA DE ENTREGA

La comunidad del Seminario Menor, en Xàtiva, conformada por 10 seminaristas, junto al equipo de formadores, también celebran el Día del Seminario. Son niños y adolescentes que han de crecer, madurar pero que ya son capaces de intuir la semilla de entrega que Dios ha puesto en su corazón y corresponder al amor de Dios con generosidad y libertad.

BELÉN NAVA.- El Seminario Menor es una ayuda que pone la Diócesis para que los jóvenes que quieren entregar su vida a Dios siendo sacerdotes, y que intuyen una llamada hacia ese camino, puedan reconocer más fácilmente la llamada de Dios, su vocación, su misión, y se hagan más capaces de corresponder, con libertad y con alegría.

El Seminario es un centro formativo. “Podríamos decir que por “debajo” del joven que responde libre y responsablemente a la vocación ha de haber un cristiano. Y por debajo de este cristiano, por decirlo de alguna manera, ha de haber un sujeto humano capaz de “albergar” a este cristiano. Nuestra principal tarea es acompañar el crecimiento integral de los chicos como personas. Y en este sentido, nos interesan todas las dimensiones de la persona. Si bien es cierto que todas las dimensiones están íntimamente ligadas, y todas son esenciales, nuestra prioridad es el cuidado de las dimensiones humana, cristiana y vocacional en este mismo orden”, explica Pablo Soriano, rector del Seminario Menor en Xàtiva.

Porque “lo que somos cada uno se despliega en el tiempo. Nos estamos haciendo, nos vamos “dando forma”. No nacemos hechos, sino que estamos haciéndonos. Cuando somos jóvenes nos vamos formando, ayudados principalmente por las personas que nos quieren”, indica. En este sentido, el rector del Seminario Menor explica que las familias con hijos que se plantean la vocación al sacerdocio cuentan con la ayuda de la Diócesis, con el Seminario, “no solamente para el cuidado de su vocación, sino también para su crecimiento en virtudes humanas y cristianas. Queremos que si al acabar el Seminario Menor quieren seguir discerniendo su vocación en el Seminario Mayor, su sí a Dios sea más maduro: alegre, sincero, libre y por amor”.

Para los formadores con los que cuenta el Seminario Menor, son tres las dimensiones que conforman los pilares de la formación. Por un lado la dimensión humana. Es un elemento fundamental puesto que es la base. “Es la estructura necesaria para que se den las otras dimensiones”, puntualiza el rector. El trabajo del formador es extraer la riqueza personal de cada uno de los seminaristas. Por este motivo, el Seminario es una escuela de virtudes humanas.

“A los chicos suelo repetirles que la Ordenación sacerdotal no nos ordena (no pone orden): si el día de la Ordenación delante del obispo hay una persona sin buenos modales, sin elegancia, sin capacidad de tratar con educación y cariño a todos, si delante del obispo hay una persona que no sabe comportarse en la mesa, o no es aseado en su modo de vestir, o no sabe estudiar o es incapaz de sacrificarse por los demás, el obispo ese día hará sacerdote (ordenará) a una persona así, desordenada. Esa ordenación no ordena nuestro caos”, asegura.

En ese sentido, el tiempo de seminario es tiempo de trabajar la “musculatura” del alma: las virtudes. “Por eso damos mucha importancia a la formación en buenos modales en la mesa, por ejemplo. O damos mucha importancia al orden en la habitación, a que los armarios, las estanterías, los cajones de cada uno guarden un orden. A que cada cosa esté en su sitio. A que hay que estudiar todos los días. A repetir, en definitiva, actos buenos, que nos van “haciendo buenos””. Para ello, la vida comunitaria es una gran oportunidad para trabajar estas virtudes. “Todos los días son como un entrenamiento para formar un corazón más atento, más generoso, más servicial, más amable, más comprensivo, más capaz de perdón”, asegura.

La segunda dimensión es la espiritual. Un seminarista es un niño o joven cristiano. Tiene, por tanto, que aprender a rezar, a tratar con confianza con Dios. Tiene que dedicar tiempo a la lectura y meditación del Evangelio. Tiene que valorar la celebración de la Misa diaria, “que es el centro de nuestra jornada”. De igual manera, los seminaristas cuentan también con el director espiritual, con el que pueden hablar y confesarse siempre que lo necesiten.

Por último, pero no por ello menos importante, está la dimensión vocacional, “evidentemente está presente en la vida del seminario, de manera natural y adaptada a la edad de los seminaristas. Ellos viven con naturalidad el hecho de ser, si Dios quiere, sacerdotes. Además, realizamos algunas actividades para proponer la vocación sacerdotal a otros jóvenes, como son las convivencias vocacionales que hacemos aquí en el seminario, o las visitas que hacemos a algunas parroquias junto con el Seminario Mayor”, concluye Pablo Soriano.

CRECER EN VIRTUDES

“En el seminario menor el crecimiento de cada persona es muy importante”, explica Javier Viñes, seminarista de 3º de ESO. “El propio seminario te da las herramientas para que crezcas humanamente. Uno de ellos es el PPV (Proyecto Personal de Vida) que sirve para destacar concretamente las cosas que puedes mejorar como persona”.

En cuanto a los horarios y el poder compatibilizar la vida del Seminario con la académica “el tiempo está organizado según la necesidad de cada uno. Tenemos un horario para enseñarnos a ser personas organizadas y no desperdiciar nuestro tiempo en cualquier cosa” y, esos sí, una parte del tiempo es para el estudio.

Importante es también el enseñar a los seminaristas a crecer en virtudes: “nos enseñan a ser organizados, a ser puntuales… Nos enseñan a saber organizar la habitación, ya que eso hace perder menos tiempo luego, etc.”.

Y en cuanto a la formación espiritual, en el seminario les enseñan a saber escuchar mejor a Dios. “Tenemos un director espiritual que nos ayuda para ser más cercanos a Dios, con el que podemos confesarnos o aclarar alguna duda de lo que sea. Tenemos también tiempos para rezar, hacemos las oraciones que unen a toda la Iglesia en todo el mundo, como las laudes, la eucaristía, las vísperas, etc”.

AYUDAR A DISCERNIR

Andrés Palacios, seminarista de 1º de Bachillerato, explica que en la formación en el Seminario “nos acompaña nuestro director espiritual para ayudarnos a discernir en nuestra vocación aquello que es malo, bueno o mejor”.

La puntualidad en el horario de cada día, la organización y cuidado de la habitación y de la casa, el aseo personal, el aprendizaje de buenos hábitos alimenticios, la orden en el horario del sueño, la responsabilidad concreta en servicios comunitarios, el respeto por el silencio, la capacidad de dialogar y de trabajar en equipo, la acogida en el seminario y la capacidad de saber estar en los sitios mostrando educación, atención y agradecimiento son claves en la educación en virtudes. En cuanto a la formación humana “nos enseñan diferentes cosas: saber comportarse en cada momento, modales de mesa… También nos ayudan con el PPV en el cual nos reunimos con nuestro formador y hablamos sobre cómo llevamos la vida a nivel personal, como mejorar los aspectos que nos cuestan más y mantener bien los aspectos en los que estamos mejor”.

Además del estudio y la oración, también disfrutan de actividades culturales y deportivas, como cualquier chico de su edad.

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