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En la Misa matutina celebrada – y transmitida en vivo – en la Capilla de la Casa Santa Marta, este Miércoles de la Octava de Pascua, el Papa Francisco pidió por los ancianos:
“Recemos hoy por los ancianos, especialmente por quienes están aislados o en los asilos de ancianos. Ellos tienen miedo, miedo de morir solos. Sienten esta pandemia como algo agresivo para ellos. Ellos son nuestras raíces, nuestra historia. Ellos nos han dado la fe, la tradición, el sentido de pertenencia a una patria. Oremos por ellos para que el Señor esté cerca de ellos en este momento”.
En su homilía, el Papa Francisco comentó las lecturas de hoy, tomadas de los Hechos de los Apóstoles (3, 1-10), en las que un hombre, paralítico de nacimiento, es curado, a través de la oración de Pedro, «en nombre de Jesucristo»; y el Evangelio de hoy (Lc 24, 13-35) en el que Jesús resucitado camina con los discípulos de Emaús explicándoles el misterio de su muerte. Los dos discípulos lo invitan a quedarse con ellos, y reconocen al Señor sólo cuando parte el pan en la mesa. Dios – afirma el Papa – es fiel a su promesa, está cerca de su pueblo, se hace sentir como el salvador del pueblo: la fidelidad de Dios es una fiesta y una alegría para todos nosotros, como lo hizo con el paralítico curado, es una fidelidad paciente y enardece el corazón como sucedió con los discípulos de Emaús. Y nuestro ser fiel es una respuesta a esta fidelidad.
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir la Santa Misa (video integral) desde nuestro canal de Youtube:
Ayer reflexionamos sobre María Magdalena como un icono de la fidelidad: la fidelidad a Dios. ¿Pero cómo es esta fidelidad a Dios? ¿A qué Dios? Precisamente al Dios fiel.
Nuestra fidelidad no es más que una respuesta a la fidelidad de Dios. Dios que es fiel a su palabra, que es fiel a su promesa, que camina con su pueblo llevando a cabo la promesa cerca de su pueblo. Fiel a la promesa: Dios, que continuamente se hace sentir como el Salvador del pueblo porque es fiel a la promesa. Dios, que es capaz de rehacer las cosas, de recrear, como lo hizo con este paralítico de nacimiento que re-creó sus pies, lo sanó, el Dios que cura, el Dios que siempre trae consuelo a su pueblo. El Dios que recrea. Una nueva re-creación: esta es su fidelidad con nosotros. Una re-creación que es más maravillosa que la creación.
Un Dios que va adelante y que no se cansa de trabajar – digamos «trabajar», «ad instar laborantis», como dicen los teólogos – para llevar al pueblo adelante, y no tiene miedo de «cansarse», digámoslo así… Como aquel pastor que cuando llega a casa se da cuenta de que le falta una oveja y va, vuelve a buscar la oveja que se perdió allí. El pastor que trabaja horas extras, pero por amor, por fidelidad… Y nuestro Dios es un Dios que trabaja horas extras, pero no a cambio de un pago: gratuitamente. Es la fidelidad de la gratuidad, de la abundancia. Y la fidelidad es ese padre que puede subir muchas veces a la terraza para ver si su hijo regresa y no se cansa de subir: lo espera para celebrarlo. La fidelidad de Dios es una fiesta, es una alegría, es una alegría tal que nos hace hacer como hizo este paralítico: entró en el templo caminando, saltando, alabando a Dios. La fidelidad de Dios es una fiesta, es una fiesta gratuita. Y una fiesta para todos nosotros.
La fidelidad de Dios es una fidelidad paciente: tiene paciencia con su pueblo, lo escucha, lo guía, le explica lentamente y enardece su corazón, como lo hizo con estos dos discípulos que se alejaban de Jerusalén: les enardece el corazón para volver a casa. La fidelidad de Dios es lo que no sabemos qué pasó en ese diálogo, pero fue el Dios generoso que buscó a Pedro, el que lo negó. Sólo sabemos que el Señor ha resucitado y se le ha aparecido a Simón: lo que pasó en ese diálogo no lo sabemos. Pero sí, sabemos que fue la fidelidad de Dios la que buscó a Pedro. La fidelidad de Dios siempre nos precede y nuestra fidelidad es siempre la respuesta a esa fidelidad que nos precede. Es el Dios que siempre nos precede. Y la flor del almendro, en primavera: florece primero.
Ser fiel es alabar esta fidelidad, ser fiel a esta fidelidad. Es una respuesta a esta fidelidad.
Finalmente, el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión espiritual.
“Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti. Amén”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.