«Si nuestra adoración es auténtica, creceremos en el amor por todos los que siguen a Jesús, independientemente de la comunión cristiana a la que pertenezcan». Son las palabras del Papa Francisco en la homilía con motivo del cierre de la semana de oración por la unidad de los cristianos. La ceremonia tuvo lugar en la basílica papal de San Pablo Extramuros y fue presidida por el cardenal Kurt Koch, quien sustituyó al Santo Padre, ausente por problemas de ciática.
 
Sofía Lobos – Ciudad del Vaticano

En la tarde del 25 de enero, se celebraron las vísperas de la Conversión de San Pablo y la conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos en la Basílica papal dedicada al Apóstol de los Gentiles, (San Pablo Extramuros).

El Papa Francisco no pudo presidir la ceremonia debido a molestias causadas por la ciática y fue sustituído por el cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, quien fue el encargado de leer la homilía del Santo Padre.

Partiendo de la premisa de Jesús a sus discípulos «Permanezcan en mi amor» (Jn 15,9), el Papa reflexiona sobre «esta unidad indispensable que tiene múltiples niveles», e invita a imaginar la unidad como un tronco formado por tres círculos concéntricos.

«El primer círculo, el más interno, es permanecer en Jesús. Aquí es donde comienza el camino de cada persona hacia la unidad», explica Francisco, advirtiendo que en la acelerada y compleja realidad actual, «es fácil perder el hilo», atraídos por mil cosas.

“Muchos se sienten fragmentados por dentro, incapaces de encontrar un punto fijo, un orden estable en las circunstancias variables de la vida. Jesús nos muestra el secreto de la estabilidad al permanecer en Él, porque sabe que «sin Él no podemos hacer nada (cf. v. 5)»”

En este sentido, el Sucesor de Pedro puntualiza que la primera unidad que estamos llamados a consolidar, es decir la de nuestra integridad personal, «es obra de la gracia que recibimos al permanecer en Jesús», y para ello es fundamental poner en práctica la oración personal, la cual necesitamos «como agua para vivir».

“Orar, es estar con Jesús, la adoración, es lo esencial para permanecer en Él. Es el modo de poner en el corazón del Señor todo lo que habita en nuestro corazón, esperanzas y temores, alegrías y penas. Pero, sobre todo, centrados en Jesús en la oración, experimentamos su amor. Y de este modo nuestra existencia toma vida, como el sarmiento toma savia del tronco”

La unidad con los cristianos

En cuanto al segundo círculo, el Pontífice destaca que se trata de la unidad con los cristianos y profundiza sobre una especie de «ley dinámica» que existe en la vida espiritual: «En la medida en que permanecemos en Dios nos acercamos a los demás, y en la medida en que nos acercamos a los demás permanecemos en Dios».

Para el Papa, esto significa que si oramos a Dios en espíritu y en verdad surge la necesidad de amar a los demás y, por otra parte, que «si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros» (1 Jn 4,12).

“La oración sólo puede conducir al amor, de lo contrario es un ritualismo fatuo. De hecho, no es posible encontrarse con Jesús sin su Cuerpo, formado por muchos miembros, tantos como son los bautizados. Si nuestra adoración es auténtica, creceremos en el amor por todos los que siguen a Jesús, independientemente de la comunión cristiana a la que pertenezcan, porque, aunque no sean «de los nuestros», son suyos”

En este contexto, el Santo Padre subraya que en la vida diaria, muchas veces «constatamos que amar a nuestros hermanos no es fácil, porque enseguida aparecen sus defectos y faltas, y nos vienen a la mente las heridas del pasado».

Es por ello que resulta fundamental dejar que fluya la acción del Espíritu que «sopla donde quiere y por todos los lugares que quiere para conducirnos de nuevo a la unidad» y nos lleva «a amar no sólo a los que nos quieren y piensan como nosotros, sino a todos, como Jesús nos enseñó».

La unidad con la humanidad

Finalmente, Francisco hace hincapié en el tercer círculo de la unidad, «el más amplio», que comprende a toda la humanidad.

Y aquí es cuando la acción del Espíritu «nos recuerda que nuestro prójimo no es sólo el que comparte nuestros valores e ideas, sino que estamos llamados a ser prójimos de todos, buenos samaritanos de la humanidad vulnerable, pobre y sufriente —tan sufriente hoy en día— que yace en las calles del mundo y que Dios quiere levantar con compasión».

El Santo Padre insiste, una vez más, en la importancia de orar, para que el Espíritu Santo, autor de la gracia, «nos ayude a vivir en la gratuidad, a amar incluso a los que no nos corresponden, porque es en el amor puro y desinteresado donde el Evangelio da sus frutos», precisamente el mismo Espíritu, «autor del camino ecuménico, que nos ha llevado esta tarde a rezar juntos».

Hijos del Padre: hermanos y hermanas entre nosotros

La homilía concluye con el saludo fraternal del Papa a los representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales reunidas para la ocasión:

«A los jóvenes ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian en Roma con la ayuda del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos; a los profesores y a los estudiantes del Ecumenical Institute of Bossey, que deberían haber venido a Roma, como en años anteriores, pero que no han podido a causa de la pandemia y nos siguen a través de los medios de comunicación».

«Queridos hermanos y hermanas: Permanezcamos unidos en Cristo. Que el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones, nos haga sentir hijos del Padre, hermanos y hermanas entre nosotros, hermanos y hermanas en la única familia humana», concluye Francisco.

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