El icono expresa el misterio de la resurrección de Jesús a través de la imagen de la tumba vacía.
Está alboreando. Las mujeres van al sepulcro. Tienen en las manos oleos aromáticos y mirra para embalsamar el cuerpo de Jesús. Sus vestidos tienen colores crepusculares: las sombras de la noche están cediendo a la aurora.
En el lado opuesto un Ángel con vestiduras doradas; en él se trasluce la luz del día sin ocaso que Cristo ha inaugurado. El mensajero celestial está sentado sobre la piedra que cerraba el sepulcro y que ha sido retirada.
En el centro, la tumba está vacía. La Vida ya no está allí. Como en la Anunciación, un Ángel lleva la Buena Noticia: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?” (Lc. 24,5). Las mujeres reciben y custodian en la fe este anuncio.
El Ángel indica la tumba y las vendas mortuorias.
De las tres mujeres una lleva la aureola: es la Magdalena, la pecadora transformada por la misericordia de Cristo.
Notamos las analogías con la Natividad: la gruta oscura, el pesebre-sepulcro y las vendas. Estas envolvieron el cuerpo mortal del Rey y fueron desatadas en la Resurrección.
El misterio de la Encarnación ha llegado a su cumplimiento. Se abre una nueva era: “Así que, en adelante, ya no conoceremos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo, según la carne, ya no le conoceremos así. Por lo tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2Cor. 5, 16-17).