La fiesta es celebrada en Oriente ya desde el siglo IV, siempre con el nombre de “Dormitio” o “Koimeis”. En occidente, en cambio, aparece más tarde (siglos VII y VIII) y, a partir del siglo IX, es llamada “Asunción”. En el año 1950, Pio XII definió el dogma afirmando: ”María, la Madre de Dios Inmaculada y siempre Virgen, después de haber llegado al término de su vida terrenal, ha sido elevada en alma y cuerpo a la gloria celestial” (Acta Apostolicae Sedis 42, pág. 770). En las palabras de Pio XII se delinean los fundamentos doctrinales de la Asunción de María: su divina e inmaculada maternidad y su perpetua virginidad.
María es la madre de Dios. En ella la naturaleza divina de Cristo se ha hecho carne. Nuevo Templo, ha llevado en sí a la Santísima Trinidad. Un himno de la Asunción recita así: “Recibe junto a tí, oh Padre bueno; el alma de mi Madre bendita, aquella que ha recibido en sí a tu Hijo Unigénito en el mundo. Recibe a tu Templo Santo, que ha sido morada de tu Santo Espíritu. Recibe, oh Padre bueno, la zarza que ha llevado en sí el fuego de tu divinidad y no se ha consumido”
María es “morada de Dios”, completamente consagrada a él tanto en el cuerpo como en el alma. La íntima unión de María con la divinidad se expresa en su pureza virginal que conservará antes, durante después del parto. El cuerpo de María plenamente santo no podía conocer la corrupción del sepulcro.
Después de la Asunción, con maternal solicitud, María participa más profundamente en la obra de su Hijo: la Salvación del mundo. Participa con su oración y con su intercesión. María es mediadora de todas las gracias.
El icono de la “Dormitio” es un canto a la victoria de Cristo sobre la muerte. Por esta victoria el cuerpo de María entra como primera entre los elegidos, en la gloria de Dios. La Asunción es así el anuncio y la promesa de la Resurrección de nuestros cuerpos al final de los tiempos. Como María, también nosotros participaremos de la gloria de Cristo, con nuestro cuerpo transformado.
Los apócrifos narran que por una orden divina los apóstoles, dispersos por todos los lugares de la tierra para evangelizar, fueron transportados sobre las nubes por los ángeles a Jerusalén, hasta la casa de María para servirla, recibir su bendición y ser testigos de su gloria.
Según los apócrifos, Santo Tomás llegó a Jerusalén cuando la Virgen había sido ya sepultada sobre el Monte de los Olivos. Habiendo corrido hasta allí, la vio mientras subía al cielo. María le dió el ceñidor que llevaba puesto para la sepultura. Tomás lo besó y lo mostró a los otros apóstoles. Así cuando en el sepulcro no encontraron ya el cuerpo de María, el ceñidor fue la prueba de su Asunción, por este motivo, en el icono, a la derecha, en el lugar de Santo Tomás ausente, está representado San Pablo.
Los apóstoles, alrededor del lecho de la Virgen, expresan una profunda tristeza porque han perdido a aquella que además de ser la Madre de Dios, es también su Madre.
San Pedro, a la izquierda, inciensa el cuerpo de la Virgen. María “duerme”, con las manos cruzadas sobre el pecho y la cabeza ligeramente elevada, recostada en un lecho ricamente adornado. Alrededor de su cuerpo está el manto de color púrpura “maphorion”, signo de su realeza.
Junto al lecho está representado el cirio pascual usado durante la liturgia de los difuntos. Según la tradición apócrifa, la Virgen lo encendió cuando el ángel le anunció la inminencia de su muerte.
El centro de la composición es el Cristo Resucitado que sostiene en sus manos el alma de María envuelta en las vendas mortuorias. La aureola de color verde oscuro, alrededor de Cristo, está llena de ángeles y arcángeles. Las multitudes de los ángeles son llamadas a participar en este solemne acontecimiento y a escoltar a la Madre del Rey al cielo.
En la parte superior del icono se ve a María, con un vestido blanco, sentada en un trono. Está en el centro de una aureola formada por tres círculos, símbolo de la Trinidad. Según los apócrifos, los ángeles que llevaron a María al cielo son Gabriel y Miguel
Sobre la aureola se ve un trozo de cielo, las puertas del cual se abren para recibir a la Madre de Dios.