Se ofrecieron testimonios de una voluntaria de Algemesí y del párroco de la Sagrada Familia de Torrent

Pablo Aranda, párroco de la Sagrada Familia de Torrent

La cuarta sesión formativa de los voluntarios de los centros de escucha de la Archidiócesis de Valencia se inició con el testimonio de Irene Soriano, voluntaria de Algemesí, que contó cómo el grupo de personas voluntarias de esta población se habían visto afectadas por la Dana y cómo estaban viviendo las consecuencias las vecinos de la población. Después Pablo Aranda, párroco de la Sagrada Familia de Torrent, también compartió la experiencia sobre cómo había afectado la tragedia y qué necesidades tenían las personas.

Tras escuchar estas aportaciones, se abordó la importancia de la escucha activa. De hecho, cuando tenemos un problema, a todos nos gusta que nos escuchen. Que exista alguien para ayudarnos, o simplemente escucharnos, es gratificante e incluso puede ayudar a minimizar el conflicto y mejorar la comprensión de aquello que nos origina malestar. El hecho de sentirse comprendido por alguien hace que la persona se sienta valorada, importante, aceptada y ayudada.

En muchas ocasiones, nos encontramos con personas que dicen que saben escuchar. Sin embargo, hay que diferenciar entre oír y escuchar, o escuchar de manera superflua sin entrar en la profundidad emocional, afectiva y cognitiva del otro. Escuchar implica poner toda nuestra atención en el otro para, de ese modo, poder percibir su mundo interior, sin caer en el error de proyectar nuestras frustraciones o exigencias estériles. Escuchar es un arte que conlleva el cuidado de nuestra comunicación, tanto verbal como no verbal.

Pero para escuchar se debe tener empatía. Y esto claramente es unidireccional. Supone adentrarse en el mundo emocional de la persona y ponerse en su lugar. Centrarse en la persona, escuchando sus valores y sentimientos, requiere desarrollar la agudeza empática desde la que se puede decir “si yo fuera él o ella y estuviera en esa situación…”. En este sentido, el escucha debe saber aceptar los silencios sin ponerse nervioso, observar la postura de quien habla, distinguir los hechos de los sentimientos, para así ayudar a descubrir las verdaderas necesidades del otro. No obstante, en el proceso de empatía es necesario mantener la distancia emocional, la ecpatía, para no caer en el síndrome de burnout o de agotamiento emocional. Esto no significa que haya que ser indolentes al dolor o sufrimiento ajeno, sino que se debe manejar de manera adecuada la auto vulnerabilidad.

Irene Soriano, voluntaria de Algemesí

La escucha activa es la clave para tener una buena comunicación con los demás. Por eso, hay que de dedicarle tiempo y estar en buena disposición para que no afecte negativamente a la exigencia de atender plenamente a la persona. Seguro que alguna vez hemos experimentado mal humor porque no nos devuelven una llamada y necesito ser escuchada, porque me ha leído en el WhatsApp y no me contesta, porque estamos comiendo y la otra persona no deja de mirar su móvil. Debemos ser conscientes de que, en ese momento en el que queremos ser escuchados y no nos corresponden, se genera en nosotros una falta de confianza que hace que nos encerremos más, debilitando así la comunicación.

Todos comprendemos las claves fundamentales de una buena escucha, de qué debe hacerse y qué no. Sin embargo, qué difícil es. Es necesario tomar conciencia con actitud humilde de esta complejidad y, sobre todo, de que no todas las personas tienen esta actitud hacia una escucha activa. Es cierto que como capacidad se puede adquirir, pero también es cierto que como actitud implica un trabajo personal que aborda cuestiones intrapersonales. Nadie puede relacionarse bien con el otro si es incapaz de hacerlo consigo mismo. Y esto implica hacer un trabajo de fondo, eliminando máscaras y autoengaños que no solo me van a afectar negativamente a mí, sino también a los demás. La persona se merece ser escuchada para crecer y ofrecer lo mejor de ella.

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