Vatican News
Tras dos semanas de actividad reducida a causa de una gripe y una inflamación pulmonar, Francisco pudo volver a la multitud en Roma en la tarde del viernes 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Antes de dirigirse a la Plaza de España, en el centro de la capital italiana, para la tradicional oración a los pies de la estatua de la Virgen, el Papa se detuvo en la basílica de Santa María la Mayor para venerar el icono de la Virgen Salus Populi Romani y ofrecerle la Rosa de Oro, símbolo de la bendición papal.
Tras llegar a la Plaza de España, el Obispo de Roma escuchó las letanías de la Virgen María y rezó una oración de agradecimiento y súplica a la Virgen que vela por «las familias», «los lugares de estudio y de trabajo», «las instituciones y oficinas públicas», «los hospitales y las residencias de ancianos», «las cárceles», «los que viven en la calle» y «las parroquias y todas las comunidades» de la Iglesia de Roma. «Gracias por tu presencia discreta y constante, que nos da consuelo y esperanza», dijo el Santo Padre.
Oración por Ucrania y Tierra Santa
El Papa subrayó a continuación que «necesita» a María, porque ella «es la Inmaculada Concepción», y que su existencia «nos recuerda que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra; que nuestro destino no es la muerte sino la vida, no el odio sino la fraternidad, no el conflicto sino la armonía, no la guerra sino la paz». A continuación, Francisco dirigió su pensamiento a «todos los pueblos oprimidos por la injusticia y la pobreza, probados por la guerra», pensando en particular en el «atormentado pueblo ucraniano» y en los pueblos palestino e israelí, «sumidos de nuevo en la espiral de la violencia».
El dolor de las madres
Siendo María ante todo madre, el Papa recordó el dolor de las madres «que lloran a sus hijos asesinados por la guerra y el terrorismo», «que los ven emprender viajes de desesperada esperanza», «que intentan liberarlos de las ataduras de la adicción» y «que las que los acompañan durante una larga y dura enfermedad».
Violencia contra las mujeres
A continuación, Francisco se dirigió a María como mujer y le encomendó a todas aquellas «que han sufrido violencia y a las que aún son víctimas en esta ciudad, en Italia y en todas partes del mundo». Ayúdanos a hacer un camino de educación y purificación -prosiguió el Obispo de Roma- reconociendo y combatiendo contra la violencia que acecha en nuestros corazones y mentes y pidiendo a Dios que nos libre de ella».
Para concluir, el Santo Padre pidió a María a mostrar «el camino de la conversión, porque no hay paz sin perdón y no hay perdón sin arrepentimiento. El mundo cambia si cambian los corazones; y cada uno debe decir ‘empezando por el mío'». Francisco recordó también «la gracia» en la que María estuvo «impregnada desde el primer momento» y la de Jesucristo, engendrado en su carne.