Monseñor Enrique Benavent
Apreciados hermanos:
Quiero, en primer lugar, manifestar mi más sincera gratitud al Santo Padre por el gesto de confianza hacia mi persona que supone haberme nombrado arzobispo de Valencia. A lo largo de mi vida sacerdotal y episcopal siempre he actuado movido por la convicción de que servimos auténticamente a la Iglesia si aceptamos con disponibilidad y espíritu de obediencia la misión a la que somos enviados sin haberla buscado. Movido por esta convicción he aceptado con gozo este encargo, consciente de mis limitaciones, por las que ya ahora os pido perdón.
Ser arzobispo de la Archidiócesis en la que nací a la fe, en cuyo seminario me formé, a la que antes de ser obispo de Tortosa he servido con alegría durante 22 años como sacerdote y 8 y medio como obispo auxiliar, y a la que amo de corazón, es una responsabilidad que nunca hubiera imaginado. Nunca podré devolverle todo lo que he recibido de ella. Cuando mayor es el encargo, más pequeño y necesitado de la oración de la Iglesia me siento. Por ello, os pido que recéis por mí, para que en mi vida y en mi ministerio sea fiel a la misión que se me ha confiado. Que desde este momento tengamos todos el deseo de hacer de la Iglesia una auténtica familia. Nos unen la fe y el amor a Cristo y a la Iglesia que todos compartimos. Si estos son auténticos, las diferencias legítimas que pueda haber entre nosotros no se convertirán en divisiones, nuestro testimonio será creíble e iluminador para el mundo y anunciaremos a todos el Evangelio con alegría.
Deseo saludaros a todos: al Sr. Cardenal Antonio Cañizares que, con una dedicación admirable, ha servido y se ha entregado por nuestra archidiócesis durante estos últimos ocho años. La sencillez de su persona y de su vida, y su donación total nos han edificado a todos. Un saludo fraternal a los Sres. obispos auxiliares: con vosotros comparto la misma preocupación por la Iglesia y el deseo de trabajar por nuestra archidiócesis; a los sacerdotes, a los religiosos, religiosas y personas consagradas al Señor, a los diáconos y seminaristas, a las familias, a los ancianos, a los jóvenes y a los niños. No olvidemos que todos estamos llamados a participar en la construcción del Templo de Dios con el testimonio de nuestra vida santa. De una manera especial quiero recordar a todos aquellos que están pasando momentos difíciles por enfermedad, falta de trabajo, soledad; también a los que habiendo nacido en otros países habéis venido a nuestras tierras buscando una vida más digna o, simplemente para salvar la vuestra y la de vuestras familias. Un saludo respetuoso a las autoridades. En su misión propia, la Iglesia quiere ser servidora de todos. Desde el momento que me notificaron el nombramiento, no ceso de recordaros en la presencia del Señor esperando tener la ocasión de estar entre vosotros. En muchos casos lo viviremos como un reencuentro; en otros nos tendremos que conocer.
En la segunda carta a los Corintios, san Pablo recuerda a aquellos cristianos que ha vivido su ministerio apostólico entre ellos «con amor sincero y con palabras verdaderas» (2Cor 6, 6-7). Son estas palabras las que inspiran mi lema episcopal y la vivencia de mi ministerio, primero como obispo auxiliar de València y durante estos último nueve años y medio en la para mí tan querida diócesis de Tortosa. Con este espíritu vuelvo a València. Pedid al Señor por mí, para que sepa cuidar esta porción del pueblo de Dios que se me ha confiado con «amor sincero»: no a la fuerza, sino de buena gana, es decir, con alegría cristiana; no por sórdida ganancia, sino con generosidad, buscando siempre los intereses de Cristo y no los míos; no como un déspota que se considera a sí mismo dueño del rebaño, sino con el deseo de que mi ministerio haga presente a Cristo, único pastor y modelo del rebaño (Cf 1Pe 5, 2-3). Quiero ofreceros la Palabra de Aquel que es la Verdad: la palabra del Evangelio que nos da la Vida, que limpia nuestro corazón, que nos permite permanecer en Dios y que posibilita que Él permanezca en nosotros. Me gustaría que en mis palabras resuene siempre la palabra del Evangelio y de la fe de la Iglesia. Esto es el que quiero ofreceros.
Nuestra Archidiócesis de València es rica en historia, en cultura y en tradiciones que han nacido de la fe y aún hoy ayudan a que esta se mantenga viva entre nosotros. Pero sobre todo es rica porque Dios nos ha regalado el don de la santidad: desde los inicios de la presencia del cristianismo en nuestras tierras, marcados por el martirio del diácono Vicente, hasta la actualidad, Dios nos ha concedido abundantes santos que han nacido en nuestras tierras o han vivido entre nosotros. La santidad, que es lo que embellece la Casa de Dios, ha estado presente a lo largo de nuestra historia: predicadores del Evangelio como san Vicente Ferrer; misioneros que dejaron nuestras tierras para anunciar el Evangelio en países lejanos donde sufrieron el martirio; pastores santos que han regido nuestra Iglesia, como santo Tomás de Villanueva, cuya fiesta celebramos hoy, y san Juan de Ribera; fundadoras de congregaciones que han hecho un gran bien a muchas personas necesitadas; religiosos y religiosas que han vivido con radicalidad y sencillez la pobreza evangélica; sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos que dieron testimonio de su amor al Señor aceptando el sufrimiento por la verdad y prefiriendo perder la vida antes de que perder la fe. Esta es la gran riqueza de nuestra Iglesia. Desde este momento pido que ellos intercedan por mí, para que nunca olvide que mi camino de santidad me exige vivir el ministerio desde la caridad pastoral.
Desde este momento me pongo bajo la protección de la Virgen María, que es invocada en nuestras tierras con numerosas advocaciones, pero de modo especial con el entrañable título de Mare de Déu dels Desemparats.
Estamos celebrando el año jubilar por el centenario de la coronación canónica de la Sagrada Imagen que, desde el altar de su Real Basílica, atrae las miradas y los corazones de todos los valencianos y valencianas. En estos momentos quiero ponerme en sus manos y pedirle que me ayude vivir con una fidelidad semejante a la suya; que en ningún momento aparezca en mi vida el desánimo en mi deseo de servir y dar la vida por vosotros. Que ella me ayude para que en el fiel ejercicio de mi ministerio episcopal sea digno de conseguir el premio al que Dios me llama en Cristo Jesús y llegar, junto con todos vosotros, al Reino de Dios.
Recibid mi saludo y mi bendición.
+ Enrique Benavent Vidal Obispo de Tortosa Arzobispo electo de València
*SALUDO A LA ARCHIDIÓCESIS DE VALENCIA (PDF)*
*SALUTACIÓ A L’ARXIDIÒCESI DE VALÈNCIA (PDF)*