Stefano Leszczynski – Ciudad del Vaticano
El tema del Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía se centra en la recuperación de los suelos degradados, lo que requiere enormes inversiones financieras por parte de los Estados. No cabe duda de que se trata de un sector crucial para salvaguardar la creación, pero también es un área que profundiza el abismo de la desigualdad entre países ricos y pobres. No sólo por la capacidad de invertir en la lucha contra el fenómeno de la desertificación, sino también por las impresionantes repercusiones en los sectores sanitario y económico. Basta pensar en la importancia de los recursos hídricos para combatir la propagación de enfermedades infecciosas o la pandemia en curso. Un tema que también es central en la Laudato si’, donde la lucha contra la pobreza y la desigualdad en la distribución de la riqueza es abordada por el Papa Francisco con extensos pasajes sobre el uso de la tierra y el acceso al agua potable. No es sólo un problema ecológico, sino antropológico, y que para las poblaciones que viven sin o con poco acceso al agua representa una negación del derecho a la vida.
«Dar agua a su futuro»
Con motivo del Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación en 2021, la organización no gubernamental Action Aid ha lanzado una campaña para recuperar los recursos hídricos en algunas de las zonas más vulnerables de Kenia. «El problema de la desertificación – especifica Katia Scannavelli, Vicesecretaria general de Action Aid – es global y afecta a muchos países de todos los continentes. Sin embargo, en algunas de las zonas más pobres del mundo, el impacto de la sequía y la desertificación no puede evaluarse sólo en términos económicos, como suele ocurrir en Occidente. Para muchas poblaciones es una cuestión de vida o muerte».
El caso de Kenia
Se calcula que 1,4 millones de personas, sobre todo en las zonas áridas y semiáridas del país, sufren desnutrición aguda. En un contexto socioeconómico ya caracterizado por una fuerte fragilidad, la emergencia sanitaria ha afectado aún más a la población, empujando a otros dos millones de personas por debajo del umbral de la pobreza. Kenia es uno de esos países en los que el cambio climático ha dejado sentir sus efectos de forma devastadora, alternando periodos de sequía prolongada con periodos de lluvias intensas, con desprendimientos de tierra e inundaciones. Por último, la falta de agua potable hace imposible la aplicación de las prácticas mínimas de saneamiento necesarias para combatir la pandemia.
En Italia faltan infraestructuras para retener el agua
La agricultura italiana también sufre el problema de la sequía. Según Coldiretti, es «el evento climático adverso más relevante», con daños estimados en una media de mil millones de euros al año, especialmente en la cantidad y calidad de las cosechas. Italia sigue siendo un país lluvioso, con unos 300.000 millones de metros cúbicos de agua que caen anualmente, pero debido a las deficiencias de las infraestructuras sólo se retiene el 11%. «Un lujo que no nos podemos permitir -explican- en una situación en la que, con la emergencia de Covid, el agua es fundamental para garantizar el suministro de alimentos en un escenario global de reducción del comercio, acaparamiento y especulación que empuja a la carrera de los estados individuales a los bienes esenciales para asegurar la alimentación de la población».