En la homilía de la Vigilia Pascual, celebrada la noche del Sábado Santo en una basílica de San Pedro vacía, envuelta en una atmósfera surrealista, el Papa citó la frase que, especialmente en las primeras semanas de la pandemia, muchas personas utilizaron, expuesta en ventanas y balcones, reproducida en letreros y pancartas: «Todo irá bien». No es fácil de repetir para aquellos que han perdido a un ser querido. Aún menos pueden aceptarlo aquellos que han visto a sus familias destruidas por el virus. Ciertamente no es agradable escuchar ese eslogan repetido para aquellos que, debido a la emergencia y a la crisis, ya no tienen trabajo y no saben con qué alimentar a sus hijos. O aquellos que sienten como una roca la incertidumbre del más allá, del futuro que nos espera y que sabemos que será difícil. ¿Va a salir todo bien?
«Esta noche -el Papa dijo- conquistaremos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza. Es una nueva y viva esperanza, que viene de Dios. No es mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o un estímulo de las circunstancias. Es un regalo del Cielo, que no podríamos obtener por nuestra cuenta». «Todo saldrá bien, decimos tenazmente en estas semanas – continuó Francisco – aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo que las palabras de aliento salgan del corazón. Pero, a medida que pasan los días y crecen los temores, incluso la esperanza más audaz puede evaporarse. La esperanza de Jesús es diferente. Lleva a nuestros corazones la certeza de que Dios sabe cómo convertir todo en bien, porque incluso desde la tumba saca la vida”.
No todo irá bien entonces, pero la certeza de que el Resucitado que salió vivo de la tumba es el Crucificado cuyo cuerpo, desgarrado por los azotes y sacrificado en la más infame de las torturas, contemplamos el Viernes Santo. Dios respondió a la pregunta de por qué el dolor y la muerte, del sufrimiento inocente, haciendo que su Hijo lo experimentara para que nunca más estuviéramos solos. «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado! – dijo el Papa en el mensaje Urbi et Orbi – No es una fórmula mágica, que hace desaparecer los problemas. No, la resurrección de Cristo no es eso. Es, en cambio, la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no ‘evita’ el sufrimiento y la muerte, sino que los atraviesa abriendo un camino hacia el abismo, transformando el mal en bien: la marca exclusiva del poder de Dios».
Pero el mensaje de Pascua de Francisco nos llama con realismo a la responsabilidad que tenemos porque «no es el momento de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y debe encontrarse unido para hacer frente a la pandemia». Nos llama a todos a poner a disposición esos cinco panes y dos peces que han servido, gracias al milagro de la multiplicación y el reparto, para alimentar a la multitud. Porque «Este no es el momento para el egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace ninguna diferencia a la gente». Porque esta pandemia nos llama a ser valientes y a decir sí a la vida, como repitió el Papa en la Vigilia: «¡Silencio a los gritos de muerte, no más guerras! Detener la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no rifles. Cesar los abortos que matan vidas inocentes. Abramos los corazones de los que tienen, para llenar las manos vacías de los que no tienen lo necesario».
En este contexto, también se hace un llamamiento a Europa para que en esta hora oscura no se reaviven las rivalidades, sino que todos «se reconozcan como parte de una familia y se apoyen mutuamente». Hoy, Francisco advirtió, «la Unión Europea tiene ante sí un desafío de época del que dependerá no sólo su futuro sino el del mundo entero. No pierda la oportunidad de dar más pruebas de solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras. La alternativa es sólo el egoísmo de los intereses particulares y la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a prueba la coexistencia pacífica y el desarrollo de las generaciones futuras».